Lo conozco porque coincidimos en la residencia universitaria de Zaragoza donde he vivido cuatro añitos. Por tanto, juntos hemos compartido bastantes más fiestas universitarias y borracheras que otra cosa; ya sea en bares de Zaragoza, capeas, fiestas fin de carrera, patrones universitarios, viajes de estudios, fiestas navideñas o simplemente por los pasillos residenciales. Eso sí, también corrimos juntos en 2010 el 10K de Zaragoza y hemos echado bastantes pachangas de fútbol, por añadir algo deportivo y eso...
Tengo miles de historias y fotos con Diego durante esos alocados años, pero como esto va de deporte y salud nos quedaremos con las ganas de conocerlas. Por centrar un poco el panorama, nunca ha corrido una media maratón ni nada parecido. Ha dado el salto directamente del 10K y correr a su aire por Zaragoza a una infernal prueba de 30K...con dos pelotas! Estos calamochinos son así.
He ojeado alguna vez este blog y creo que lo que se cuenta por aquí supera ampliamente mi experiencia en el mundo del running… pero la persona que me introdujo en todo esto me pidió que contara mis impresiones sobre la Ultra Trail de la Carrera del Ebro y por gratitud, no me puedo negar. Pero antes de llegar al 10 de marzo de 2013 creo que es importante contar mi historia para que todos nos metamos en materia.
Mi historia es la siguiente, cuando llegué a estudiar a Zaragoza no entendía que sentido tenía “correr por correr”. Jugaba a fútbol, era relativamente activo y me gustaba mucho el deporte, pero no veía que correr carreras tuviera alguna finalidad, un objetivo que lo hiciera atractivo.
Con el paso del tiempo y a fuerza de entrenar y hablar con
gente de mi residencia empecé a sentir curiosidad sobre cómo sería todo
aquello. La verdad es que me apunté a mi primera 10K en junio de 2010
porque Martín consiguió engañarme y me lo tomé como un
entrenamiento más, aunque es cierto que no me había preparado una
distancia así nunca antes y estaba un poco nervioso.
No me hubiera imaginado el día de antes que al llegar a la zona de salida vería tan buen ambiente, una atmósfera tan positiva… No se, la verdad es que todo aquello me pilló por sorpresa y me encantó. A partir de ahí, y poco a poco, fui haciendo más carreras y mejorando mis tiempos (el tiempo de mi primera 10K fue muy muy discreto, por así decirlo…) hasta que hace no mucho me topé con la Carrera del Ebro. Para mi era una experiencia completamente nueva, estaba acostumbrado a correr sobre asfalto y distancias que tenía muy dominadas, por lo que supe desde el comienzo que iba a ser muy duro y que iba a exigir lo máximo de mi.
No me hubiera imaginado el día de antes que al llegar a la zona de salida vería tan buen ambiente, una atmósfera tan positiva… No se, la verdad es que todo aquello me pilló por sorpresa y me encantó. A partir de ahí, y poco a poco, fui haciendo más carreras y mejorando mis tiempos (el tiempo de mi primera 10K fue muy muy discreto, por así decirlo…) hasta que hace no mucho me topé con la Carrera del Ebro. Para mi era una experiencia completamente nueva, estaba acostumbrado a correr sobre asfalto y distancias que tenía muy dominadas, por lo que supe desde el comienzo que iba a ser muy duro y que iba a exigir lo máximo de mi.
Cuando me
disponía a apuntarme a la carrera popular de 14K me fijé de refilón en
la Ultra Trail de 30K, algo que nunca me había planteado hacer por temas
obvios. No tenía la preparación necesaria ni de lejos y apreciaba
demasiado mi integridad física. Pero pensé que ya era hora de
plantearme un reto, que era el momento de dar un paso más y de
superarme. Por lo que en un momento de lo que por aquel entonces
consideré estupidez me apunté a la Ultra Trail de la Carrera del Ebro.
Ya no había marcha atrás, solo podía pensar en seguir adelante y rezar
por que me diera tiempo de entrenar lo suficiente y poder hacer un buen
papel en la carrera. Y por fin llegó el gran día.
Había pasado una
noche algo movida, en parte por los nervios y en parte porque sabía que
no había llegado a la carrera con el entrenamiento necesario, pero ya
no había vuelta de hoja. Me levanté pronto, desayuné, cogí la mochila y salí de casa con más dudas que otra cosa.
Llegué
la zona de salida y pensé que lo que tenía que hacer era olvidarme de
lo mucho que me faltaba por entrenar y centrarme en todo la tarea que
tenía por delante. Minutos antes de empezar la carrera estaba en la
zona de calentamiento y esa atmósfera que vi el primer día empezó a
hacer su trabajo y a llenarme de la confianza que me faltaba, me dije a
mi mismo que tenía que tratar de disfrutar de la carrera kilómetro a
kilómetro y que si no llegaba al final no pasaba nada siempre que
hubiera dado lo máximo de mi mismo.
Llegaron las 9 de la mañana y
empezó mi desafío. Los primeros kilómetros fueron muy llevaderos, vas
acompañado, cargado de energía y con gente a los lados animando. Cada
kilómetro aproximadamente había un grupillo de militares velando por las
pobres almas que hacíamos la carrera y dando ánimos a los que veían
flojear. Esos pequeños gestos que durante la carrera te refuerzan y
hacen que sigas adelante.
Al llegar la parte seria del recorrido, las
grandes cuestas, me di cuenta realmente de lo duro que se me iba a
hacer todo. Pero los kilómetros seguían pasando y yo seguía a pie del
cañón, el tiempo acompañaba y los puestos de avituallamiento funcionaban
perfectamente. Cada vez que miraba el tiempo que llevaba corriendo
me asustaba un poco, pero al mismo tiempo me sentía bien y me animaba a
seguir adelante. En el kilómetro 20 me dije a mi mismo que ya había
hecho lo que había ido a hacer y que todo lo que hiciera de más iba a
ser un gran logro, con todo me notaba fuerte y dispuesto a dar un poco
más de guerra.
Me temo que todo cambió en el kilómetro 26, estaba al
límite de mis fuerzas y notaba que cada paso era una dura prueba. En
esos momentos la cabeza es una maraña de mensajes, unos te piden que
pares y que des por satisfecho con lo hecho y otros que te dicen que ha
llegado el momento de echar el resto y de hacer algo que no pensabas que
pudieras hacer. Finalmente pudieron los últimos y con un ritmo cansino
completé esos últimos kilómetros para terminar con un honroso tiempo de 2
horas y 50 minutos.
¡No podía más! Estaba físicamente fundido pero
al mismo tiempo me sentía terriblemente orgulloso de mi mismo. Sabía lo
mal que lo iba a pasar ese día y el siguiente, sabía que me iba a doler
horrores moverme… pero también sabía que ese dolor me iba a recordar
todo por lo que había pasado y que iba a lograr sacarme una sonrisilla,
supongo que es ese toque sado que tiene la gente que disfruta del
running.
A grandes rasgos, esa fue mi experiencia en la Carrera del Ebro. A
muchos les parecerá una distancia y un tiempo discretos y a otros les
parecerá una gran hazaña… Pero lo intenté, me superé y eso nadie me lo
podrá quitar.
Lo que me gustaría compartir en último lugar y que no
habría imaginado nunca es que, corras al nivel que corras y por estúpido
que suene, es ese dolor de piernas al día siguiente y del que tanto nos
quejamos lo que más orgullosos nos hace sentir. Una especie de medalla
de la que presumir y que nos invita a seguir entrenando y a seguir
adelante.
¿No os parece que es de locos?
Querido becario Diego, estas infectado del virus corredor y, la cosa no tiene remedio, asi que a correr y a disfrutar.
ResponderEliminarMuy buena crónica. Apetece.
ResponderEliminar